Es sabido que el modelo
mediterráneo de urbanización se basa en una estructura compacta, con una clara separación (cada vez menos)
entre campo y ciudad. Obviando esta realidad se deduce, a su vez, una situación
patente de ausencia de zonas verdes y espacios públicos abiertos susceptibles
de acoger vegetación. Ahí las sucesivas
leyes del suelo han apostado claramente por unos estándares mínimos que
ahuecaran un poco esta compacidad y establecieran unos mínimos espacios
abiertos entre conjunto de manzanas.
Esta realidad aún es evidente en
nuestras ciudades –pueblos y capitales- donde se suceden muchos itinerarios y
calles sin un ensanche o plaza y, menos aún, zona verde propiamente dicha. En
este sentido, las huertas y jardines interiores de palacios y conventos, una
vez en carga urbana, han sido una fácil solución (p.e. Parque Mª Luisa y
Jardines del Valle en Sevilla).
De otro lado, el instinto y
naturaleza humanos tiende a rodearse de plantas y de vegetación, de forma que,
allí donde es posible, plantamos y convivimos con ellas, aunque sea un vulgar
y/o colorido tiesto de maceta en nuestro balcón.
Pero en nuestra coyuntura actual, con la contaminación, el efecto invernadero y
las emisiones de CO2 la ciudadanía está preocupada y quiere colaborar.
Es el caso de la Red de Sevilla por el Clima, presentada en junio pasado y en
clara expansión técnica y social. Uno de los objetivos y propuestas estrella es,
además de abogar por la candidatura Sevilla Capital Verde Europea 2020, las Azoteas Verdes.
Con esto se pretende implicar al conjunto de la ciudadanía a mitigar el cambio climático cambiando las áridas azoteas, terrazas y balcones por un espacio más húmedo con clorofila y colores que, en la Red, consideramos fácil y necesariamente viable a poco que se ayude a los vecinos. El referente, sin duda, fue el ajardinamiento y humidificación de la Isla de la Cartuja en 1992.
Pero volviendo al análisis urbano inicial,
convendremos que un jardín normal o zona verde urbana se configura en un
espacio poligonal más o menos horizontal y escasamente elevado. Sin embargo las
ciudades tienen enormes posibilidades de multiplicar estas superficies en las
fachadas y muros privados, o sea, espacios o Jardines Verticales.
Evidentemente esto no es nuevo, pero sí escaso y poco
promovido. Imagínense las potencialidades de reverdecimiento en muchas manzanas
o esquinas de nuestras ciudades. Pero no
se trata -ni se defiende- de rellenar fachadas por doquier, sino valorar esta
alta potencialidad verde, climática, ecológica y estética, en nuestras calles
donde abunda la humedad del subsuelo y la luminosidad. Hay espacios
emblemáticos en cada población que podrían multiplicarse con especies tan
conocidas y adaptadas como la parra virgen, buganvillas, hiedras, glicinias,
clemátides, madreselvas, rosas trepadoras, jazmines…
Atemperaríamos el calor urbano y
ganaríamos sin duda en estética, fauna, colorido, fijación de CO2, etc.
Fdo: Juan Eugenio Mena
Cabezas.
Consultor ambiental y
miembro de la RED por el CLIMA.