martes, 24 de enero de 2017

Redescubriendo a Carlos Fuentes


En septiembre pasado retomé al escritor Carlos Fuentes, ya fallecido en 2012, uno de los principales exponentes de la narrativa mexicana y premio Cervantes en 1987.

Este otoño, crucial para la superación de la violencia estadocolombiano-guerrillas (o con motivo de esto), aparece el libro titulado Aquiles o el Guerrillero y el asesino que editó Alfaguara el año pasado. En las fechas en las que se debate el cese de la lucha armada en las selvas y ciudades y la pacificación y el reencuentro de las gentes.

Tal como me ha ocurrido con García Márquez o Juan Rulfo, tras una larga etapa de reposo en sus lecturas, este de Aquiles me conmovió especialmente. No sólo por la crudeza y realidad de sus descripciones, el análisis documental de la violenta realidad hispanoamericana y sus injusticias. También por la sucesión de los hechos relatados que nos acercan a un personaje sobre el que trabajó veinte años y dejó sin publicar a su muerte: un guerrillero que luchó por la paz: Carlos Pizarro.


Destaco dos párrafos sobre sus análisis socio-antropológicos de las sufridas gentes:

-La negritud cubana es un latido oscuro, un secreto, una ceremonia de pecado y reparación, a la vez que de salud y éxtasis mortal… El criollo cubano tiene un fantasma corpóreo, la cultura negra, y un cuerpo fantasmal, ideológico, el del occidente colonial.

-…cada país con su propio lote de problemas, Chile azorado de que la democracia más firme pudo caer en la dictadura más salvaje, Argentina azorada de que la sociedad más rica y más educada pudo engendrar los peores monstruos militaristas y el asombro de la miseria de basurero, Uruguay azorado de que en la Suiza de América la tortura haya reinado sentada en un potro y dos cátodos eléctricos, Brasil azorado de que el país crezca de noche mientras los barsileños duermen, el Perú nunca azorado porque siempre estuvo jodido, Venezuela azorada de que las rentas se acaben y haya que ponerse a trabajar mientras Bolivia azorada de que tantas desgracias no la hundan jamás, Paraguay azorado de que aún haya hombres vivos después de tanta sangría, ecuador azorado de que en el cielo haya un hoyito para ver Quito, Panamá azorado de que le puedan cortar en dos el corazón y seguir vivo, México azorado de que se acabe la paz social y el progreso de la revolución institucional, Cuba azorada de que el caimán se muerda la cola, Centroamérica nomás azorada de ser,  palpándose los ojos, los pechos, los güevos, la delgada cintura del dolor…?

Ahora en enero ha caído a mis manos La frontera de cristal, publicada en 1996 y de las menos alabadas de su prolífica obra. Precisamente ahora cuando el magnate americano, cuyo nombre no quiero pronunciar, quiere reinstaurar más fronteras y muros, evitar la difusión de las culturas diferentes a la yanqui, refortaleciendo su economía pese a las demás… Habla de las fronteras culturales, culinarias, laborales, violencias organizadas y abandonos familiares con la frontera económica como referente principal.



En definitiva, un autor con visión de lo por venir, de lo que se está viviendo como una realidad patente que la sociedad se niega –o no sabe- a asumir. Y admirador de las culturas indígenas y de sus protagonistas, como Rigoberta Menchú.