En septiembre pasado retomé al escritor Carlos Fuentes, ya
fallecido en 2012, uno de los principales exponentes de la narrativa mexicana y
premio Cervantes en 1987.
Este otoño, crucial para la superación de la violencia
estadocolombiano-guerrillas (o con motivo de esto), aparece el libro titulado
Aquiles o el Guerrillero y el asesino que editó Alfaguara el año pasado. En las
fechas en las que se debate el cese de la lucha armada en las selvas y ciudades
y la pacificación y el reencuentro de las gentes.
Tal como me ha ocurrido con García Márquez o Juan Rulfo,
tras una larga etapa de reposo en sus lecturas, este de Aquiles me conmovió
especialmente. No sólo por la crudeza y realidad de sus descripciones, el
análisis documental de la violenta realidad hispanoamericana y sus injusticias.
También por la sucesión de los hechos relatados que nos acercan a un personaje
sobre el que trabajó veinte años y dejó sin publicar a su muerte: un
guerrillero que luchó por la paz: Carlos Pizarro.
Destaco dos párrafos sobre sus análisis socio-antropológicos
de las sufridas gentes:
-La negritud cubana es un latido oscuro, un secreto, una
ceremonia de pecado y reparación, a la vez que de salud y éxtasis mortal… El
criollo cubano tiene un fantasma corpóreo, la cultura negra, y un cuerpo
fantasmal, ideológico, el del occidente colonial.
-…cada país con su propio lote de problemas, Chile azorado
de que la democracia más firme pudo caer en la dictadura más salvaje, Argentina
azorada de que la sociedad más rica y más educada pudo engendrar los peores
monstruos militaristas y el asombro de la miseria de basurero, Uruguay azorado
de que en la Suiza de América la tortura haya reinado sentada en un potro y dos
cátodos eléctricos, Brasil azorado de que el país crezca de noche mientras los
barsileños duermen, el Perú nunca azorado porque siempre estuvo jodido,
Venezuela azorada de que las rentas se acaben y haya que ponerse a trabajar
mientras Bolivia azorada de que tantas desgracias no la hundan jamás, Paraguay
azorado de que aún haya hombres vivos después de tanta sangría, ecuador azorado
de que en el cielo haya un hoyito para ver Quito, Panamá azorado de que le
puedan cortar en dos el corazón y seguir vivo, México azorado de que se acabe
la paz social y el progreso de la revolución institucional, Cuba azorada de que
el caimán se muerda la cola, Centroamérica nomás azorada de ser, palpándose los ojos, los pechos, los güevos,
la delgada cintura del dolor…?
Ahora en enero ha caído a mis manos La frontera de cristal, publicada
en 1996 y de las menos alabadas de su prolífica obra. Precisamente ahora cuando
el magnate americano, cuyo nombre no quiero pronunciar, quiere reinstaurar más
fronteras y muros, evitar la difusión de las culturas diferentes a la yanqui,
refortaleciendo su economía pese a las demás… Habla de las fronteras
culturales, culinarias, laborales, violencias organizadas y abandonos
familiares con la frontera económica como referente principal.
En definitiva, un autor con visión de lo por venir, de lo
que se está viviendo como una realidad patente que la sociedad se niega –o no
sabe- a asumir. Y admirador de las culturas indígenas y de sus protagonistas, como Rigoberta Menchú.
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